Los meteoroides son pequeños fragmentos espaciales de roca que viajan por el espacio. Cuando entran en la atmósfera terrestre se queman, dando lugar a las llamadas «estrellas fugaces» o «meteoros». Los fragmentos que sobreviven y caen sobre la superficie son conocidos como «meteoritos».
Aunque popularmente se les conoce como «estrellas fugaces» por la estela de luz que dejan al atravesar nuestra atmósfera, los meteoroides no tienen nada que ver con las estrellas. En realidad, son mucho más pequeños y mucho más cercanos a nosotros. A pesar de su tamaño, nos ofrecen un bonito espectáculo.

El sobrenombre de «estrellas fugaces» está justificado porque, contempladas a simple vista, son puntos luminosos (como las estrellas), que se desplazan y desaparecen, produciendo una estela de luz fugaz.
Su tamaño puede variar en un rango que va desde los 100 μm —una décima parte de un milímetro— hasta los 50 m. De hecho, este rango los permite diferenciar de otros cuerpos: si el tamaño es menor que los 100 μm hablamos de polvo cósmico, pero si es mayor que 50 m hablamos de cometas o asteroides.
A lo largo de todo el año se produce la entrada de meteoroides en la atmósfera terrestre, lo que significa que los meteoros pueden observarse en cualquier noche, aunque de forma totalmente imprevisible y sorprendente. Sin embargo, su aparición puede intensificarse en algunas noches, dando lugar a lluvias de meteoros.
Estelas de luz en el cielo
¿Cómo es posible que pequeños granos de polvo produzcan estelas tan brillantes, visibles desde kilómetros de distancia en el cielo nocturno? Hay que aclarar que lo realmente vemos no es el meteoroide en sí, sino el resplandor que se produce cuando se desintegra al entrar en la atmósfera a gran velocidad.
Cuando un meteoroide entra en la atmósfera terrestre, atraviesa capas de aire cada vez más densas a altísima velocidad, lo que genera un intenso calentamiento. Parte de su energía cinética se transforma en energía térmica, que se reparte entre el propio cuerpo y las moléculas del aire que lo rodean.

El calor es tan elevado que los átomos del aire pierden algunos de sus electrones, convirtiéndose en iones positivos. Como los iones y los electrones tienen cargas opuestas, se atraen y se recombinan, liberando energía en forma de luz. Así se forma la estela luminosa que acompaña al meteoroide en su paso.
El espectáculo de los bólidos
En algunos casos, los meteoroides que entran en la atmósfera generan un brillo especialmente considerable, llegando a superar con creces la luminosidad de las estrellas y los planetas más brillantes. Cuando este ocurre, no hablamos simplemente de meteoros o «estrellas fugaces», sino de bólidos.

El resplandor que produce un bólido rara vez pasa desapercibido y puede llegar a iluminar el paisaje. A menudo deja un trazo largo y brillante en la esfera celeste, especialmente cuando el meteoroide tiene grandes dimensiones. En algunos casos, el cuerpo se rompe en varios fragmentos, y algunos de ellos sobreviven hasta alcanzar la superficie. A estos restos los llamamos «meteoritos».
Los bólidos se caracterizan sobre todo por tener una apariencia similar a la de una bola de fuego. Generalmente explotan antes de llegar al suelo y producen un estruendo apreciable. En estos casos, el rastro luminoso puede persistir en el cielo desde unas decenas de segundos hasta varios minutos.
El origen de los meteoroides
A lo largo del año, hay ciertas fechas en las que pueden observarse muchos más meteoros en el cielo, mientras que en otras apenas se ven. Esto se debe a que, mientras la Tierra recorre su órbita alrededor del Sol, actúa como una especie de “barrendera cósmica”, recogiendo todo lo que encuentra a su paso. En algunos tramos de su órbita se topa con más fragmentos que en otros.
La mayoría de estos fragmentos espaciales provienen de los cometas. Cuando un cometa se acerca al Sol, el calor provoca que su superficie se sublime, liberando gases y polvo que se dispersan en el espacio, formando una cola. El material que se desprende va quedando distribuido a lo largo de su trayectoria.
Así, el material sembrado por los cometas no se mueve al azar, sino que forma verdaderas corrientes de meteoroides que siguen trayectorias similares a las del cometa original. Cuando la Tierra cruza una de estas órbitas durante su recorrido anual, intercepta una cantidad mayor de meteoroides espaciales.

Estas corrientes también son conocidas como enjambres de meteoroides. Cuando estos grupos de partículas son atravesados por la Tierra, provocan las populares lluvias de meteoros. El ejemplo más famoso es el de las «lágrimas de San Lorenzo», visibles del 17 de julio al 24 de agosto, con su pico de máxima frecuencia el 12 de agosto, generadas por el cometa 109P/Swift-Tuttle.
De hecho, cuando un cometa vuelve a pasar cerca del Sol, puede reforzar su corriente de meteoroides, incrementando la actividad en los años siguientes. Así se demostró con el regreso del cometa 109P/Swift-Tuttle en 1992, pues se tradujo en un incremento de meteoros durante el agosto de los años siguientes.
También existen los meteoros esporádicos que no proceden de ningún enjambre de meteoroides concreto. Se trata de granos de polvo errantes, no pertenecientes a ninguna nube producida por cometas. Por lo demás, el sistema solar todavía está parcialmente lleno del material nebular que lo formó.
El radiante y las lluvias estelares
Cuando la Tierra entra en un enjambre de meteoroides espaciales y da origen a una lluvia de meteoros, por un efecto de perspectiva, parece que los meteoros provengan de un único punto conocido como radiante. Si prolongamos sus estelas hacia atrás veremos que dichas prolongaciones coinciden en un mismo punto de fuga.
La localización de los radiantes respecto a las constelaciones estelares da el nombre a los enjambres de meteoroides. De este modo, como parece que las «lágrimas de San Lorenzo» provengan de la constelación de Perseo son conocidas como Perseidas. Dicho de otro modo: Perseo es su punto de fuga.

En una sola noche es posible reconocer meteoros pertenecientes a diferentes enjambres de meteoroides, activos en el mismo período. Así, observando las Perseidas, podría suceder que viésemos otros meteoros, que reconoceremos porque proceden de constelaciones diferentes, es decir, de otro radiante.
En esta lista se indican algunos de los enjambres de meteoroides que producen las lluvias de meteoros más destacables. Se ha tenido en cuenta la cantidad de meteoros que se pueden observar en una hora en el cenit (THZ).
Nombre | Inicio | Final | Pico | THZ |
---|---|---|---|---|
Cuadrántidas | 1 ENE | 5 ENE | 3 ENE | 120 |
Líridas | 16 ABR | 25 ABR | 22 ABR | 18 |
Perseidas | 17 JUL | 24 AGO | 12 AGO | 100 |
Oriónidas | 2 OCT | 7 NOV | 21 OCT | 23 |
Leónidas | 14 NOV | 21 NOV | 17 NOV | 20 |
Gemínidas | 7 DIC | 17 DIC | 14 DIC | 120 |
En este artículo podrás consultar con mayor detalle los datos exactos de las principales lluvias de meteoros que se pueden ver a lo largo del año.
Las Cuadrántidas tienen el radiante en el «Cuadrante de Pegaso», un asterismo que forma parte de la constelación del Pegaso. Las Líridas toman su nombre de la constelación de la Lira, las Perseidas de Perseo, las Oriónidas de Orión, las Leónidas del León y las Gemínidas de los Gemelos.
El mejor momento y lugar para observarlos
Los meteoroides que entran en la atmósfera lo hacen de forma imprevisible, por lo que no se puede anticipar con exactitud la aparición y posición de los meteoros («estrellas fugaces») en el firmamento nocturno. Entonces, ¿cómo se pueden observar? ¿Hay alguna estrategia para encontrarlos?
Primero, es importante disponer de un horizonte lo más amplio posible. Así, se tiene a la vista una parte mayor de la esfera celeste y, por tanto, el número de meteoros susceptibles de ser avistados será mayor. Además, se deben ver a simple vista, ya que los instrumentos ópticos reducen el campo de visión.
Dado que la mayoría de los meteoroides son pequeños fragmentos de roca que la Tierra intercepta en su recorrido alrededor del Sol, el mejor momento para observar meteoros es la segunda mitad de la noche, después de la medianoche. En ese momento, estamos en la cara del planeta que “avanza” en su órbita, por lo que tiene mayor probabilidad de interceptar meteoroides entrantes.
Si la fecha coincide con una lluvia de meteoros asociada a un enjambre de meteoroides, conviene orientar la mirada hacia la región del cielo donde se encuentra su radiante. Por ejemplo, a principios de agosto, durante las Perseidas, la constelación de Perseo servirá de referencia. No obstante, no hay que fijarse solo en esa zona: lo ideal es mantener una visión amplia del cielo circundante, ya que los meteoros pueden aparecer en cualquier parte del firmamento.
Meteoroides que alcanzan la superficie
Cuando un meteoroide tiene el tamaño suficiente para no desintegrarse en su entrada a la atmósfera y alcanza la superficie terrestre, se convierte en un meteorito. Estos fragmentos, generalmente rocosos o metálicos, son restos valiosos que nos permiten estudiar los materiales primitivos del sistema solar. De hecho, algunos meteoritos son más antiguos que las rocas terrestres.
Hasta la fecha, el meteorito más antiguo que se ha podido encontrar en la superficie terrestre es Erg Chech 002, con una edad de 4565 millones de años. Este fragmento fue localizado en 2020 sobre la superficie del desierto del Sáhara, y se formó cuando el sistema solar apenas tenía dos millones de años.

Los meteoritos se clasifican principalmente en tres grupos, según su composición: pétreos (rocosos), metálicos (ricos en hierro y níquel) y pétreo-metálicos (mixtos). Suelen encontrarse en regiones áridas o polares, donde las condiciones del entorno facilitan su preservación y su localización.